martes, 18 de septiembre de 2012

ya no te espero ni desespero.

Sonaba Pereza en aquella habitación que tanto me ahogaba, en esas cuatro paredes que lo único que tenía de atractivo por el momento era un póster de Leiva, con su guitarra, un micrófono y cientos de personas en frente de él. Entraste tu por la puerta, ¿que podía hacer?, no iba a salir corriendo así solo iba a demostrar la poca valentía que tenía, así que seguí sentada en medio de la habitación, en el suelo y jugueteando con mi anillo completamente serena. Entonces te sentaste al lado mío, me ofreciste un café y asentí con la cabeza. ¡Que bien olías! No se, ese olor, esa colonia tan característica tuya y que a la vez sentía que yo era la única que podía apreciarla. Era tu fragancia, me gustaría tenerla metida todos los días en mi cama, me gustaría que te despertaras todos los días a mi lado. Y de repente tu mano, tan... tan... tan tuya, tan sensible y a la vez tan áspera. Me mirabas con esa cara de no haber roto un plato en tu vida, me mirabas los labios, les examinaste, es más, creo que les hiciste un estudio a fondo. Joder... ¡de que forma me incomodabas!. De repente me giraste la cabeza, me miraste a los ojos y me dijiste: "no quiero mas juegos estúpidos" Y me besaste, me besaste, me besaste, lo repito tanto porque aun no me lo creo. Me besaste y en ese momento solo olí tu olor, solo toque tu mano, solo pensé que eramos nosotros y el resto del mundo. Mordiéndome el labio diste punto y final a nuestro beso, te levantaste y te fuiste. "Somos dos, para que queremos más, pensamos antes de matarnos". Me llamaban. Eras tu. "Te quiero, idiota" y colgaste. Sonreí, le di al play y seguí jugueteando con mi anillo mientras de fondo se oía: "Íbamos hacía el cielo y al compás, sabrá Dios que pudo soltarnos"