martes, 26 de marzo de 2013

todo pasa y todo queda.


Con ser la lluvia que caía sobre los árboles del bosque, que se deslizaba sobre las hojas, las flores y la luz me bastaba.
 A lo mejor era yo, que me era demasiado conformista con mi ser, también con el ser de los demás. Que solo me fijaba en sus palabras pero eso no era cierto, era algo más que eso, eran las palabras que yo lograba rebobinar y acordarme tal y como habían sido dichas, que sonaban a una brisa y a una tormenta, pero que en tantos casos repetitivos eran la razón por la que seguir hacia la muerte, hacia la vida. 
Y claro que yo solo miraba sus ojos porque eran los que de verdad me miraban con toda la ternura posible, los que, aun que cueste creer, me transportaban a un cielo, a el cielo, ese de ahí arriba y del que tanto hablan los de aquí abajo. 
Podía, entonces, centrarme en sus manos porque así por lo menos las mías no se perdían escribiendo y mi cabeza no se encontraba perdida, pero eso no quiere decir que no fuera fácil, que nunca fue fácil dejar de mirar sus manos porque no, porque no hay razón, asi que no me la pidan. 
Pero observar pues sus pies por el camino si que fue algo que no era capaz de aguantar, que hacía que seguir se complicara. Porque sus pies eran de los que aun se tropezaban, que no querían seguir y se planteaban constantemente el porqué de sostener su cuerpo mediante sus piernas haciendo que todo se volviera más turbio y el camino más pesado.
 Entonces me ofrezco a ser yo quien sujete tus caderas por el mundo, por el camino, ser quien esta y quien no. Me basta con ser tu compañero.

miércoles, 20 de marzo de 2013

aprendiendo a complicarnos, a maltratarnos.


Temía que volviera, y además, de esta forma, que volviera y me destruyera una vez más, sin quererlo, prácticamente sin merecerlo. Y volvió, y seguía temiendo al simple hecho de que se enclaustrara en su burbuja, en su pompa, en su autismo. En que las noches volvieran a parecer lluviosas, las lágrimas largas, las sonrisas cortas, los andares fallidos, en que la esperanza seguía aquí tan dentro, tan metida, tan en mi ser. Porque, curiosamente, yo seguía teniendo miedo, ese miedo tan cobarde, de mis sábanas, que me metía en ellas y no era capaz de salir, de mirar al Sol y sonreír. Volvió a su ser, a su figura, a su mundo. Y no, no era capaz de entrometerme en su vida y dejarlo todo patas arriba, como un huracán, como un terremoto, porque yo, ni era un huracán ni un simple terremoto, era ese arco iris después de la tormenta. Pero tenía el don de llegar a mi alma y dejarlo todo tirado, los sentimientos encima de la silla, los tropiezos en el zapatero y la ilusión, la ternura, la cordura todo hecho una marabunta y al armario sin pensarlo. Y claro que yo no tenía la iniciativa suficiente para ordenarme, para meterme en la burbuja y explotarla con la chincheta que sujetaba nuestra foto en el corcho, explotarla con el recuerdo, con la duda. Más de tocar el piano, de sentir, de seguir. Más de querer, de odiar. Por lo menos la guitarra siempre nos apoyo, siempre supo como hacernos sentir bien, como sacarnos de la pompa y como avanzar.

domingo, 10 de marzo de 2013


"No sabía como explicarla que estaba aquí dentro, justo pegada al pulmón izquierdo, palpitando, gritando, queriendo. Como decirla que guardaba sus palabras en el primer cajón de la cómoda, sus sonrisas en el segundo y sus lágrimas no las conservaba, porque no podía, porque entonces yo me ahogaba, y entonces sonreía. No, no es algo que pudiera hacer, no podía explicarla el significado del verbo "querer" porque ni yo me le sé. Que aunque ella no lo creyese eramos como algún tipo de energía, de recarga mutua, de sonrisa recíproca. Y quería hacerte ver que somos mas que las reprimendas, que las malas miradas, que las desilusiones, que eramos un poco mejores que las palabras bonitas, que los hechos, que los perdones. Porque lo eramos, y yo lo sé, que siempre fue un vínculo fuerte, atado, pegado y deshecho un par de veces para volver a rehacerlo una vez más."

viernes, 8 de marzo de 2013

yours senses.




Que yo por aquel entonces era más de perderme, de mirarte y seguidamente perderme, de gritar y perderte, y soplar y perdernos. Y tu, por el contrario, eras más de buscar, de perderte y buscar, olvidarte de mis ojos y buscarte, de recordarte a ti mismo hace unos años y buscar tu alma bondadosa. Y los demás solo estaban, estaban de relleno en nuestra historia, como actores secundarios sin un papel claramente recortado, sin una función clara por la que estar, sin saber que hacer y atolondrándose entre perder y buscar. 
Y me acordaba tanto de los pájaros de nuestro viejo roble, de nuestras muecas ya perdidas y nuestra casa hipotecada. 
Por supuesto que me ahogaba cuando pensaba en que ese sofá no volvería a sentir mi espalda, ni nuestras piernas fundidas, ni nuestras disputas por el café "Siempre te olvidas de echarle azúcar" te decía. ¿Y que? Que daba igual, que el azúcar no era importante, lo esencial era el café, era la vida de nuestros desayunos, de lo tuyo, de lo mío, al fin y al cabo. Y la televisión nos seguía mirando tan inanimada, como si fuéramos la noticia principal de la cabecera del telediario. Junto con los cuadros el salón parecía ganar un poco de gracia, un poco de soltura. 
Supongamos entonces que nunca perdimos eso, que ni si quiera nos lo merecíamos, que nunca lo ganamos. Y con o sin azúcar en el café seguíamos buscándonos y perdiéndonos todas las noches, así, sin explicación, sin razón aparente, de forma inconsciente.