jueves, 26 de septiembre de 2013

aprender a querer.



Y llegar a la temida conclusión de que era una especie de almacén de recuerdos cuando yo ya no quería serlo, cuando quería poner puntos finales a párrafos que se estaban extendiendo demasiado, a ilusiones que acababan más rotas que yo. En parte soñaba con otro lugar, alguno donde los versos sonaran a tu voz, alguno donde no tendría que poner puntos finales, donde solo querría poner punto y seguido porque me lo merecía, me merecía la soledad, mi soledad, me merecía nuestro propio párrafo. Quería bajar de ahí arriba lo que podía ser un nuevo yo, lo que me ayudaría a recordar tu sonrisa, tan bonita y tan tuya.  Deseaba un lugar donde sentarme y saber que estabas, que yo podría levantarme y saber que estabas, que aunque rompiera a rabiar las cosas irían por el buen camino, porque, al fin y al cabo, eras el buen camino. Eras mi camino, eres mi camino. Y costaba ser un almacén de recuerdos no queriendo serlo, queriendo buscar un lugar donde solo hubiera paz, un lugar donde estuviera yo y ¿por qué no alguien más? Si sonaba de fondo Amelie, no sé, todo parecía costar un poco menos. Pero la otra parte no era tan positiva, ya que no era fácil abandonar, no era fácil dejar de mantener los pies firmes sobre la tierra, no era fácil seguir el buen camino. Buscar un nuevo sitio implicaba desprenderse que todo lo que resultaba familiar, implicaba desecharlo todo como si conmigo no fuera la cosa, como si fuera tan fácil seguir con algo tan grande a las espaldas. Soñaba con irme a otro lugar, pero también a la vez esperando que alguien me mirara a los ojos y me dijera que aquí tampoco se esta tan mal.