lunes, 25 de noviembre de 2013

¡tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas!



Era silencio. Yo. Era silencio. Era aquello cuatro ladrillos y nada, nada capaz de hacer ruido y romper el silencio. Era silencio. Silencio que decía que solo había vacío, que solo había huesos y órganos dentro de mí y que lo demás estaba aún mas lejos que tú. Silencio que hablaba sin pronunciar, que contaba sin abrir la boca, que entendía sin escuchar y comparaba sin conocer. A lo mejor aquello solo era ruido pero yo estaba tan incompleta que lo convertí en silencio que aunque no hablaba nada lo decía todo. Y después de la ausencia de sonidos estaba yo, tan así, tan no sé, tan '¿Qué has hecho hoy?', tan sin respuesta. No me gustaba discutir conmigo porque aquello era solo verme ante el espejo y ni siquiera renocerme, era ver como todas mis nimiedades salían de mí tan rápido como el viento de la primavera baila entre las flores. Aquello era silencio. Era silencio ¡y que miedo daba!

sábado, 23 de noviembre de 2013



"¿Sigues fotografiando mujeres hermosas?" "No. No, en absoluto." "Por favor, no me digas que eso te hace viejo." "Cierto. Yo estoy viejo." "No eres viejo." "Estoy perdiendo la visión. Al menos eso es lo que me dijeron." "¿De que estás hablando?" "No veo lo que ellos quieren, los editores de las revistas..." "¿Qué ves?" "A tí, partes de tí en todos los lados. En todo, en todo. Partes de tí. Tus ojos, tu nariz, tu boca.. y ahora solo fotografío cosas." "¿Qué quieres decir con cosas? ¿Qué es eso?" "Puentes..." "El cielo..." "Cielo, sí." "Malditas paredes." "Sí, paredes." "¿Por qué?" "Cosas. Fotografío cosas. Cosas que no tienen ojos, cosas que no tienen sangre, cosas que no tienen un corazón que late.. Cosas. Y me he quedado fotografiando cosas. Soy un desastre. Esto es lo que obtienes. ¿Estás bién?" "¿Qué estamos haciendo?" "Estamos hablando. Solo hablando." "Cierto."

sábado, 16 de noviembre de 2013

que si escribo es porque tú me lo pides.



Debía de haber algo más que solo esa línea. Y yo estaba pidiendo demasiado de alguien como tú, alguien que nunca ha tenido que cuidar de alguien como yo, que ni siquiera se preocupaba de alguien como tú. Yo, de alguna forma, revindicaba que fueras las visitas express, que fueras más que huesos y músculos y de esa forma yo ser capaz de ver eso que tanto te late, que fueras un placer amargo por mucho que sonara a contradicción y a imposibilidad, eras eso. Pedía que crecieras y que me hicieras crecer, que fueras la mano que todo lo arregla y las palabras que todo sofocan. Que fueras las horas de espera y las ganas de arreglar toda la guerra que había en mi, en mi yo, en mis adentros. ¿Demasiado exigente? Mientras tanto yo solo era, solo pensaba patéticamente en que podías, y que conseguirias ser domingos por la tarde, París con aguacero y canciones de Sabina, con risas y reproches y también Bécquer y sus golondrinas. Aquello solo era un banco que recogía todo lo que hacíamos, desde gorros invernales, sofocos en verano y versos robados, porque aquello de juntar nuestras palabras siempre había sido una excusa para discutir, para besarnos posteriormente y para compartir como avanzaban las manecillas del reloj. Pedía demasiado de alguien que solo guiñando el ojo creía que me tenía ahí, cuando eso ni se acercaba mínimamente a la verdad, a lo que había en mi cabeza. Ya que cuando me guiñaba el ojo yo me iba, yo empeza a caminar y a deambular por mis pensamientos haciendo que mi desastre fuera aun mayor. Debía de haber algo más que solo esa línea, debía de haber un nosotros, que nunca hubo.