lunes, 20 de enero de 2014



"Tan convencido estaba ya de que no era la hora más adecuada para abandonar mi cama y dejar que la soledad del metro llegara a mis poros, tan convencido estaba ya que lo hice.Y aquel asiento tan descolorido y aquella mujer tan extremadamente viva. ¡Quién pudiera ser anillo para rozar sus delgados dedos! ¡Y quién pudiera vivir 100 años más para compartirlos con ella! Y levantó la cabeza. Nuestras miradas se fundieron y yo no quería perder sus ojos cuando en ese momento solo me sonrió y dijo: "Bonita camisa." ¡Qué podía hacer con ese trozo de tela sino era tirarlo al contenedor o dejar que lo heredara mi hermano o yo que sé! ¡Qué podía hacer sino quitarmelo y darselo a ella diciendo: "Todo tuyo."! Y solo sonreí y mi boca escupió: "Gracias, supongo." E hizo la típica mueca de respuesta inesperada, que ni yo me esperaba, que nadie en el metro a las 1 de la mañana se la esperaba. La típica mueca que ella hacía y se la arrugaban los mofletes, las cejas se la arqueaban y su cara parecía La Gioconda de Da Vinci, con todo un enigma en esa sonrisa. Mientras que yo solo parecía un turista del Louvre embobado, separado unos seis metros de su boca y haciéndome el desinteresado, diciendo que aquello no era para tanto. ¡Pero claro que lo era! Era para tanto y para más, era para dejar allí mi cuerpo observando sus movimientos y volver en unos años cuando ya estuviera dispuesto a mirarla sin sonreír. Era para esperar después de cada fin de semana el lunes sabiendo que las 00:54 cogería  la tercera parada de la línea M.  Era para estar allí, a oscuras en un metro y que con ella todo pareciera un soleado día de primavera.
Y de repente aquel tubo de metal sobre ruedas se paró, me sonrió y ahí supe que sería la última vez que compartía su mirada. Supe que era afortunado por haber disfrutado durante años de los lunes en la línea M, que era más que los demás solo por verla 15 minutos a la semana y no mediar palabra. Que la línea M se había convertido en mi adicción."