miércoles, 25 de diciembre de 2013

¡el tiempo! ¡muy peculiar! ¿no crees?


Todos debemos de enfrentarnos al pequeño Simba que tenemos dentro y volver, retroceder sobre nuestras huellas y así poder definirnos. 

miércoles, 18 de diciembre de 2013



¡y las comparaciones eran odiosas! Todas con sus perfectos y delicados cuerpos, con sus grandes ojos y sus brillantes pupilas y sus formas de expresar picardía en tan solo una mirada. Todas con sus brazos estilosos, sus manos delicadas que daba miedo rozarlas por si se resquebrajaban, con sus posiciones tan vacías pero que todos veían el atractivo, y sus pintalabios que tan poco expresaban su madurez. Ellas. Con sus 'quiero' y 'no quiero' en tan solo un instante, y sus manías tan superficiales, tan sin nada, tan ellas, tan sin fondo y sin sentido. Con sus grititos y sus palabras bonitas que eran más huecas que sus corazones. Y su facilidad de abrirse a los demás. Mientras que ella solo era un cuerpo a flote gracias a sus zapatos tan desgastados. Ella solo era alguien que con la mirada te lo decía todo, sin necesidad de articular palabras, alguien cuyo brillo de los ojos solo expresaba: 'sácame de aquí.' Y sus manos, solo manos, con sus uñas poco definidas y sus dedos tan larguiruchos. Su cabeza baja y su espalda encorvada solo significaba, o podía significar, una cosa: dejadez. Y pedía las cosas claras, porque ella misma las tenía, sabía lo que quería, hacia donde caminar, hacia donde seguir sin tropezarse, que quería ser y que iba a ser. La manía tonta de inventarse ritmos golpeando el índice en cualquier lugar: mesa, pared, suelo..., todo servía para que su dedo se convirtiera en una baqueta. Y no, no era de las interesantes, de las guapas, o de las que tus ojos van directamente a ella si la ves por la calle. Era de las diferentes, solo eso.

lunes, 25 de noviembre de 2013

¡tengo miedo de quedarme con mi dolor a solas!



Era silencio. Yo. Era silencio. Era aquello cuatro ladrillos y nada, nada capaz de hacer ruido y romper el silencio. Era silencio. Silencio que decía que solo había vacío, que solo había huesos y órganos dentro de mí y que lo demás estaba aún mas lejos que tú. Silencio que hablaba sin pronunciar, que contaba sin abrir la boca, que entendía sin escuchar y comparaba sin conocer. A lo mejor aquello solo era ruido pero yo estaba tan incompleta que lo convertí en silencio que aunque no hablaba nada lo decía todo. Y después de la ausencia de sonidos estaba yo, tan así, tan no sé, tan '¿Qué has hecho hoy?', tan sin respuesta. No me gustaba discutir conmigo porque aquello era solo verme ante el espejo y ni siquiera renocerme, era ver como todas mis nimiedades salían de mí tan rápido como el viento de la primavera baila entre las flores. Aquello era silencio. Era silencio ¡y que miedo daba!

sábado, 23 de noviembre de 2013



"¿Sigues fotografiando mujeres hermosas?" "No. No, en absoluto." "Por favor, no me digas que eso te hace viejo." "Cierto. Yo estoy viejo." "No eres viejo." "Estoy perdiendo la visión. Al menos eso es lo que me dijeron." "¿De que estás hablando?" "No veo lo que ellos quieren, los editores de las revistas..." "¿Qué ves?" "A tí, partes de tí en todos los lados. En todo, en todo. Partes de tí. Tus ojos, tu nariz, tu boca.. y ahora solo fotografío cosas." "¿Qué quieres decir con cosas? ¿Qué es eso?" "Puentes..." "El cielo..." "Cielo, sí." "Malditas paredes." "Sí, paredes." "¿Por qué?" "Cosas. Fotografío cosas. Cosas que no tienen ojos, cosas que no tienen sangre, cosas que no tienen un corazón que late.. Cosas. Y me he quedado fotografiando cosas. Soy un desastre. Esto es lo que obtienes. ¿Estás bién?" "¿Qué estamos haciendo?" "Estamos hablando. Solo hablando." "Cierto."

sábado, 16 de noviembre de 2013

que si escribo es porque tú me lo pides.



Debía de haber algo más que solo esa línea. Y yo estaba pidiendo demasiado de alguien como tú, alguien que nunca ha tenido que cuidar de alguien como yo, que ni siquiera se preocupaba de alguien como tú. Yo, de alguna forma, revindicaba que fueras las visitas express, que fueras más que huesos y músculos y de esa forma yo ser capaz de ver eso que tanto te late, que fueras un placer amargo por mucho que sonara a contradicción y a imposibilidad, eras eso. Pedía que crecieras y que me hicieras crecer, que fueras la mano que todo lo arregla y las palabras que todo sofocan. Que fueras las horas de espera y las ganas de arreglar toda la guerra que había en mi, en mi yo, en mis adentros. ¿Demasiado exigente? Mientras tanto yo solo era, solo pensaba patéticamente en que podías, y que conseguirias ser domingos por la tarde, París con aguacero y canciones de Sabina, con risas y reproches y también Bécquer y sus golondrinas. Aquello solo era un banco que recogía todo lo que hacíamos, desde gorros invernales, sofocos en verano y versos robados, porque aquello de juntar nuestras palabras siempre había sido una excusa para discutir, para besarnos posteriormente y para compartir como avanzaban las manecillas del reloj. Pedía demasiado de alguien que solo guiñando el ojo creía que me tenía ahí, cuando eso ni se acercaba mínimamente a la verdad, a lo que había en mi cabeza. Ya que cuando me guiñaba el ojo yo me iba, yo empeza a caminar y a deambular por mis pensamientos haciendo que mi desastre fuera aun mayor. Debía de haber algo más que solo esa línea, debía de haber un nosotros, que nunca hubo.

jueves, 24 de octubre de 2013

ser humanamente humano.



A lo mejor es que esto consistía en tener un criterio, en tener unas prioridades y saber fijarlas bien, porque si no, todo caería, y yo ya no tenía ganas de usar más superglue. Y ese era el principal problema, que yo no sabía que criterio usar para poner las prioridades, si esto del pecho o esto de encima de las hombros, no se si tenía que ser cerebral o emocional o ser yo, pero ser yo implicaba la catástrofe y yo no podía permitirme más desastre. Y en parte, y aunque costara sobreponerse, creía en esto. Creía que los problemas eran algo puntual ya que no hay mal que dure 100 años, y creía en que con una sonrisa la vida era más fácil, y no me equivocaba. Creía que sabía caminar por mi sendero cuando solo me topé con piedras aunque, al final del todo, aprendí a esquivar, que creía que el mundo nunca podría conmigo, que era yo contra el mundo y así sigue siendo, que confiaba en que si existía un fondo nunca le tocaría, y lo peor es que he llegado a el más de una vez. Que creía que si confiaba en mi mismo las cosas se pondrían a mi favor ¡y cuánto me equivocaba! Que sabía que no todo era blanco o negro, que existía el gris, que a mí o todo o nada pero nada de medias tintas, porque aunque haya gris, no me gusta demasiado. Y creía, ya por último, que fijando unas prioridades la vida podría llevar a ser un lugar jodidamente maravilloso, y lo peor de todo es que lo es, que son las personas las que lo hacen un lugar jodidamente infernal. Y aun fijando unas prioridades yo tampoco podía aislarme de la  humanidad confiando en que así la felicidad me abriera su puerta y me saludara con una sonrisa porque las cosas no eran así. Que clavando en el corcho la lista de prioridades me dí cuenta que la más importante era: "Ponte en el lugar del otro". 

jueves, 26 de septiembre de 2013

aprender a querer.



Y llegar a la temida conclusión de que era una especie de almacén de recuerdos cuando yo ya no quería serlo, cuando quería poner puntos finales a párrafos que se estaban extendiendo demasiado, a ilusiones que acababan más rotas que yo. En parte soñaba con otro lugar, alguno donde los versos sonaran a tu voz, alguno donde no tendría que poner puntos finales, donde solo querría poner punto y seguido porque me lo merecía, me merecía la soledad, mi soledad, me merecía nuestro propio párrafo. Quería bajar de ahí arriba lo que podía ser un nuevo yo, lo que me ayudaría a recordar tu sonrisa, tan bonita y tan tuya.  Deseaba un lugar donde sentarme y saber que estabas, que yo podría levantarme y saber que estabas, que aunque rompiera a rabiar las cosas irían por el buen camino, porque, al fin y al cabo, eras el buen camino. Eras mi camino, eres mi camino. Y costaba ser un almacén de recuerdos no queriendo serlo, queriendo buscar un lugar donde solo hubiera paz, un lugar donde estuviera yo y ¿por qué no alguien más? Si sonaba de fondo Amelie, no sé, todo parecía costar un poco menos. Pero la otra parte no era tan positiva, ya que no era fácil abandonar, no era fácil dejar de mantener los pies firmes sobre la tierra, no era fácil seguir el buen camino. Buscar un nuevo sitio implicaba desprenderse que todo lo que resultaba familiar, implicaba desecharlo todo como si conmigo no fuera la cosa, como si fuera tan fácil seguir con algo tan grande a las espaldas. Soñaba con irme a otro lugar, pero también a la vez esperando que alguien me mirara a los ojos y me dijera que aquí tampoco se esta tan mal.

miércoles, 28 de agosto de 2013

¡y qué hacer, si no perderme!


 No sé, había que aprender de una vez a hacer las cosas como tenían que ser hechas. Aprender a parar cuando las cosas se deslizaban de los dedos, a poner los límites donde tenían que ser puesto. Había, al fin y al cabo, que pasar página. Y ya no solo por ti, si no por mí. Porque me ahogaba recordando, porque más de una vez creía que si avanzaba, que si seguía escribiendo la hoja, yo misma caería, cesaría mi cuerpo y mis articulaciones se pararían. Ya que si pasar la hoja significada un nuevo libro, no había problema alguno. Creía, bueno, quería creer que este trajín de personas apodado mundo no se reducía a un papel fino, un filtro y tabaco, que había algo jodidamente extraordinario que me estaba esperando para completar mi pecho vacío. Confiaba en que si podía conmigo misma cada noche, con la soledad a mi derecha y compartiendo parte del corazón con la oscuridad, pasar página tampoco podía ser un reto muy difícil. Me perdía tanto entre el Sol de la mañana cada amanecer, que perdía el corazón y me daba por componer. Que tan sola en esa silla los versos parecían más fáciles de exprimir de mi cabeza, ya que la soledad ayuda en gran parte. Ni me atrevía a afinar las cuerdas de la guitarra porque suponía un desafío entre ese instrumento con curvas y yo. Así que estaban las cuatro paredes y la banqueta para ayudar a perderme, a aprender a pasar página. Si tornar el folio implicaba avanzar, ¡adelante!.

jueves, 4 de julio de 2013

and after all,you're my wonderwall.


Los muros nunca fueron fáciles de construir. Aquello no era una cosa que implicaba levantarse un día y construirlo de la nada. No. Había más. Los muros siempre fueron algo que me causaron tormento, algo que me creaba tal impotencia que me bloqueaba rápidamente, que eran difíciles de traspasar. Sí. Los muros nunca fueron fáciles de construir. Pero me parecían la forma mas inteligente, cobarde, temeraria, sólida y poco acertada de seguir. No sé. Sonaba absurdo. Y si lo deseaba de verdad podía con mi muro, podía levantarme cada amanecer y colocar un ladrillo, colocar allí un escudo, una especie de impermeabilidad a los sentimientos. Claro que lo fácil hubiera sido retroceder y no seguir. Lo realmente fácil hubiera sido caer y no saltar el muro, y creer que así avanzaba, crecía, cuando solo me mentía. Era lo cómodo y en una gran parte lo erróneo. Nunca me gustaron los muros. Los detestaba porque me acojonaban enormemente y sentía que no podía.  Así que como no tenía si quiera tiempo de doblar las rodillas para descansar, para tomarme un respiro y llenar mi cuerpo de entusiasmo, y como tampoco tenía ganas de escuchar a las paredes diciéndome que era cobarde, cree un muro. Sí. No sé. Un muro donde colgaba mis estrofas, donde solo había noches, donde nadie torpedeaba lo que hacía, un muro mío hecho por y para mí. Un muro que sentía que me arrinconaba, que me daba el tiempo necesario para no olvidarme de quien soy, de lo que soy, de mis dedos alargados, mis rimbombantes muslos, mi indiferente mirada. Un muro que aportaba minutos para recordar que seguía aquí y que la vida es demasiado corta para pasarla enfadado, demasiado cortar como para caer a cada paso, demasiado corta para ser verdad. Un muro que me recordaba que los muros nunca fueron fáciles de construir.

domingo, 16 de junio de 2013

duele crecer.


 Pasaba que si algo merecía de verdad la pena nunca marcaba el corazón. Pasaba que tenían la visión de la vida como un sitio donde son cobardes los que perdonan y valientes los que hieren y no viceversa. Confiaban en que sus corazones tenían un mecanismo parecido a un avión que hacía volar los sentimientos a su antojo y despegar cuando no existían las ganas de sufrir. Pero no era tan sencillo, los portazos creaban cicatrices, los roces cariño, el tiempo no ayudaba y se acobardaba. No había si quiera la existencia de un papel que confirmara aquello que tan dentro llevaba, que se limitaba a sonreír y a avanzar. Y dolía crecer, porque implicaba madurar a base de piedras en el camino y creció. Se miraba pues cada mañana en ese cuadrado que tenía por espejo y ni mucho menos era para mirarse las ojeras o los pelos matutinos era porque tenía la esperanza de levantarse un día y verse allí reflejado, ver toda su historia en un cuadrado de cristal y creer que así podría seguir. Se miraba pues cada mañana confiado en que se encontraría con la persona que quería ser, la persona que se levantaría con una sonrisa sin necesidad de forzar, mirándose creía que crecía y creció, ¡y de que forma¡ Y aunque creciera seguía mirando porque para él nunca fue suficiente, seguía sin reconocerse ante el espejo. Se convirtió en un hombre. En un hombre capaz de cuidar del mundo y mantenerlo en sus manos sin probabilidad de quebrantarlo, en alguien tan sólido y fuerte que no le intimidaban los sentimientos, que siempre supo sobreponerse aun con todo, en alguien de verdad. Así que un día se miró, se encontró y creció.

sábado, 1 de junio de 2013

Estar: Permanecer o hallarse con cierta estabilidad en un lugar, situación, condición.


Estoy. Estoy aunque el cielo decida caer al terreno con toda la tempestad. Aunque esto de nuestros pies empiece a moverse y acabe agrietándose, dejando pasar la alegría, filtrando la felicidad. Siempre de pie aunque las paredes comiencen a juntarse colapsando la respiración, los latidos, colapsando todo lo pasado, lo vivido. Manteniéndose a flote aunque las aguas quieran crear un vendaval para así removerlo todo tan confiadas en que, por supuesto, se hundirá, se ahogará, ya que el cuerpo va perdiendo fuerzas. Estando. Solo estando. Siendo quien soporta el cielo ahí arriba para que, por lo menos, el Sol siga levantándose cada mañana y la lluvia mojándonos. Quien recoge la alegría, la felicidad, y la devuelva al pequeño centímetro cúbico que tienes en el pecho y haciendo que vuelva a latir, segura de que las piernas empezarán a bailarte sin razón, a gritar, a querer, a vivir. Quien, a pesar de que las paredes y lo suelos comiencen a encogerse, te hacía mantener la calma. Estando. Solo estando. Porque, aunque no todos lo reconozcan, todos necesitamos a alguien que roce nuestro hombro derecho con su hombro izquierdo sabiendo que está. Porque todos queremos a alguien que nos ilumine la oscuridad para demostrarle a los demás que estamos, que estamos aquí, que cuando tocamos fondo solo es para dar un paso hacia adelante. Estando. Solo estando. Ya que todos estamos para alguien de forma inconsciente o no, ya que nuestras piernas siempre tropezaron con alguna piedra y logramos sanarnos. Estando. Solo estando. Alguien que esté para que nosotros estemos.

domingo, 19 de mayo de 2013

tan dentro.


 Podía encontrarse tan fuera del mundo que aun así era capaz de reencontrarse. Y claro que las cosas buenas siempre la esquivaron. Y claro que continuamente se daba cuenta que todavía no había tocado fondo, siempre había una lágrima mas, una decepción, una cicatriz imborrable  Pero seguía siendo tan sumamente, tan sorprendentemente y tan incomprensiblemente fuerte. Parecida al hierro, más cercana a la hipocresía de no reconocer que tenía sentimientos y creyendo que los demás la creíamos, que creíamos que nunca iba a flaquear y lo peor es que lo hacía constantemente, fallando a la diana cada dos por tres y aguardando lágrimas en momentos que todos sabíamos que rompería a llorar. Con sus pensamientos descolocados, todas sus acciones inexplicables, su forma complicada de complicarlo todo y lo poco que la entendía, lo poco que se entendía, lo mucho que valía. Costaba valorarla porque costaba conocerla, porque costaba encontrar la llave para abrir ese candado y abrirla a ella de par en par, porque el invierno siempre fue frío y ella más aun, y el verano siempre tan caluroso y ella manteniéndose como un hielo. Y  más cuando las cosas empezaban a torcerse realmente, nunca quebrantaba. Así que si, toda mi admiración estaba pendiente de ella, toda mi cabeza, todo mi cuerpo.

sábado, 4 de mayo de 2013

yo mataré monstruos por ti.


Cuando todo empezó a sonar demasiado majestuoso, espléndido, demasiado mentira como para que el corazón lo creyera y mi mente asintiera con facilidad. Cuando era el negro de esa tela quien mejoraba mi figura, cuando era solo tu respirar el que me estaba diciendo que no me equivocaba, me mentías. Cuando nos estancábamos de forma tan abismal en nuestra memoria, paralizando todo hecho de seguir, parando los recuerdos, los impulsos, las luchas por no infravalorarme, por no odiarme, por solo quererte. Cuando era el corazón el que se convertía en un máquina tan jodidamente mecánica, metalizada, con sus engranajes, tan increíblemente insensible. Cuando todo se reducía tanto, cuando yo me reducía tanto cayendo tan hondamente al vacío, tan sumamente incapaz de arreglarme el pelo, sacudir la ropa y avanzar orgullosa. A veces, yo misma me creía, me confiaba, me quería. Y es que en ocasiones tan puntuales era cuando me encontraba y, por fin, sentía los latidos, los engranajes convirtiéndose en algo útil. Cuando me miré al espejo y deje de verme y solo encontraba en el cristal toda mi hipocresía, todo lo falsamente optimista que había sido durante mis días, todos los sentimientos tan sumamente perdidos, tan alborotados que tenía miedo de reconstruirme, de cambiar la máquina por algo valioso, porque ¿de que serviría? Mi corazón seguirá siendo tan mecánico, tan parado y poco decidido. Cuando los renglones empezaron a tener algo de sentido y a alinearse solos, como mi cabeza.

martes, 23 de abril de 2013

ya que lo malo también tenía tu peso.


 Era, puede, como sentarse en frente del río, con tus penas, con tus sonrisas, con las notas todas elevadas un tono y con la cabeza tan abajo como el orgullo. Que el balance que tocaba hacer pesaba mas que cualquier perdón, que cualquier 'volvamos a empezar'. Pero daba miedo, miedo que la balanza se inclinara un error más a lo malo, o que ambos lados pesaran lo mismo, que los dos no hiciéramos balance y así explotar, el uno contra el otro. Lo único que de verdad pesaba era nuestro jardín, nuestra casa, nuestra vida. Pesaba el tarro de mermelada casera que con todo nuestro amor rellenábamos cada domingo de forma tan rutinaria, tan inconsciente y, también, el Sol en nuestras butacas en pleno mayo y con sonrisas de complicidad, las noches en las que el alma salía solo para protegerte y abrazarte y para no perderte, para no perdernos. Lo verdadero, lo que valía eran tus cejas despeinadas por la habitación con el primer rayo del día entrelanzándose por las persianas y, por supuesto, valías tu, en todo tu esplendor, en todo tu ser y tu persona, con todas las amenazas de quererme aun más a cada día que pasaba, con todas las veces que leías mis labios y otras tantas que atrapabas mis palabras para hacer de ellas sonrisas, para hacer de ellas palabras de ánimo, de felicidad, ganas de seguir. También pasaban facturas las noches durmiendo en el sofá y no sintiéndote, las cabezas bajas en la mesa del comedor cada mañana temiendo mirar al frente y encontrarme con tu mirada. Pesaban los malos tragos que tanto nos desgastaban pero que tan fuertes nos demostraban que éramos, que podíamos con todo el granizo que cayera sobre nosotros. Todas las voces altas por un simple 'he tenido un mal día en el trabajo' y todas las paredes de la casa que tanto me oían cada noche sumirme en la soledad, con la soledad, al fin y al cabo. Era, puede, mejor que todo eso, eramos mejor que todo, pero nunca lo supimos, ni abrimos los ojos, solo nos desgastábamos el uno al otro como si de algo automático se tratase. Oxidándonos, muriéndonos poquito a poquito. Era, puede, demasiado para mi.

jueves, 18 de abril de 2013

que los que matan se mueran de miedo.



Confío en que a lo mejor el problema siempre fue ese, que no todo lo que pasaba se quedaba aquí, que no todos los recuerdos se atrevían a dejar huella y ni todas las acciones constancia. Que era eso por lo que yo me olvidaba de los buenos días, y también de las tardes, de lo simple de tu sonrisa, de lo bonito de mis palabras. O, a lo mejor, es que la raíz de todo era que yo me no me ordenaba porque, simplemente, no me atrevía a enfrentarme a todos los momentos, a tomar decisiones, a superarte. No sabía como tranquilizarme ni como programarme de tal forma que ordenarse fuera algo automático tampoco como quererme ni odiarme, ya no me conocía. No reconocía mi manicura mordida, ni lo deforme de mis caderas y la cabellera salvaje que, de repente, salía de mi cabeza como para estorbándome a cada paso. Y no existían los arranques por buscarme, por reconocerme, por saber que tal vez podía ser algo digno, algo tan alto como el olmo de nuestro parque allí tan firme, tan sólido y tan seguro. Era que simplemente me limitaba a seguir con todo, con la desdicha que tantas veces compartíamos y que tantas veces nos hizo ser olmos. Era el punteante sonido de tu piano el que me incomodaba y me incitaba a perderme y que, a su vez, no me encontrara. Era yo. Yo, al fin y al cabo.

martes, 26 de marzo de 2013

todo pasa y todo queda.


Con ser la lluvia que caía sobre los árboles del bosque, que se deslizaba sobre las hojas, las flores y la luz me bastaba.
 A lo mejor era yo, que me era demasiado conformista con mi ser, también con el ser de los demás. Que solo me fijaba en sus palabras pero eso no era cierto, era algo más que eso, eran las palabras que yo lograba rebobinar y acordarme tal y como habían sido dichas, que sonaban a una brisa y a una tormenta, pero que en tantos casos repetitivos eran la razón por la que seguir hacia la muerte, hacia la vida. 
Y claro que yo solo miraba sus ojos porque eran los que de verdad me miraban con toda la ternura posible, los que, aun que cueste creer, me transportaban a un cielo, a el cielo, ese de ahí arriba y del que tanto hablan los de aquí abajo. 
Podía, entonces, centrarme en sus manos porque así por lo menos las mías no se perdían escribiendo y mi cabeza no se encontraba perdida, pero eso no quiere decir que no fuera fácil, que nunca fue fácil dejar de mirar sus manos porque no, porque no hay razón, asi que no me la pidan. 
Pero observar pues sus pies por el camino si que fue algo que no era capaz de aguantar, que hacía que seguir se complicara. Porque sus pies eran de los que aun se tropezaban, que no querían seguir y se planteaban constantemente el porqué de sostener su cuerpo mediante sus piernas haciendo que todo se volviera más turbio y el camino más pesado.
 Entonces me ofrezco a ser yo quien sujete tus caderas por el mundo, por el camino, ser quien esta y quien no. Me basta con ser tu compañero.

miércoles, 20 de marzo de 2013

aprendiendo a complicarnos, a maltratarnos.


Temía que volviera, y además, de esta forma, que volviera y me destruyera una vez más, sin quererlo, prácticamente sin merecerlo. Y volvió, y seguía temiendo al simple hecho de que se enclaustrara en su burbuja, en su pompa, en su autismo. En que las noches volvieran a parecer lluviosas, las lágrimas largas, las sonrisas cortas, los andares fallidos, en que la esperanza seguía aquí tan dentro, tan metida, tan en mi ser. Porque, curiosamente, yo seguía teniendo miedo, ese miedo tan cobarde, de mis sábanas, que me metía en ellas y no era capaz de salir, de mirar al Sol y sonreír. Volvió a su ser, a su figura, a su mundo. Y no, no era capaz de entrometerme en su vida y dejarlo todo patas arriba, como un huracán, como un terremoto, porque yo, ni era un huracán ni un simple terremoto, era ese arco iris después de la tormenta. Pero tenía el don de llegar a mi alma y dejarlo todo tirado, los sentimientos encima de la silla, los tropiezos en el zapatero y la ilusión, la ternura, la cordura todo hecho una marabunta y al armario sin pensarlo. Y claro que yo no tenía la iniciativa suficiente para ordenarme, para meterme en la burbuja y explotarla con la chincheta que sujetaba nuestra foto en el corcho, explotarla con el recuerdo, con la duda. Más de tocar el piano, de sentir, de seguir. Más de querer, de odiar. Por lo menos la guitarra siempre nos apoyo, siempre supo como hacernos sentir bien, como sacarnos de la pompa y como avanzar.

domingo, 10 de marzo de 2013


"No sabía como explicarla que estaba aquí dentro, justo pegada al pulmón izquierdo, palpitando, gritando, queriendo. Como decirla que guardaba sus palabras en el primer cajón de la cómoda, sus sonrisas en el segundo y sus lágrimas no las conservaba, porque no podía, porque entonces yo me ahogaba, y entonces sonreía. No, no es algo que pudiera hacer, no podía explicarla el significado del verbo "querer" porque ni yo me le sé. Que aunque ella no lo creyese eramos como algún tipo de energía, de recarga mutua, de sonrisa recíproca. Y quería hacerte ver que somos mas que las reprimendas, que las malas miradas, que las desilusiones, que eramos un poco mejores que las palabras bonitas, que los hechos, que los perdones. Porque lo eramos, y yo lo sé, que siempre fue un vínculo fuerte, atado, pegado y deshecho un par de veces para volver a rehacerlo una vez más."

viernes, 8 de marzo de 2013

yours senses.




Que yo por aquel entonces era más de perderme, de mirarte y seguidamente perderme, de gritar y perderte, y soplar y perdernos. Y tu, por el contrario, eras más de buscar, de perderte y buscar, olvidarte de mis ojos y buscarte, de recordarte a ti mismo hace unos años y buscar tu alma bondadosa. Y los demás solo estaban, estaban de relleno en nuestra historia, como actores secundarios sin un papel claramente recortado, sin una función clara por la que estar, sin saber que hacer y atolondrándose entre perder y buscar. 
Y me acordaba tanto de los pájaros de nuestro viejo roble, de nuestras muecas ya perdidas y nuestra casa hipotecada. 
Por supuesto que me ahogaba cuando pensaba en que ese sofá no volvería a sentir mi espalda, ni nuestras piernas fundidas, ni nuestras disputas por el café "Siempre te olvidas de echarle azúcar" te decía. ¿Y que? Que daba igual, que el azúcar no era importante, lo esencial era el café, era la vida de nuestros desayunos, de lo tuyo, de lo mío, al fin y al cabo. Y la televisión nos seguía mirando tan inanimada, como si fuéramos la noticia principal de la cabecera del telediario. Junto con los cuadros el salón parecía ganar un poco de gracia, un poco de soltura. 
Supongamos entonces que nunca perdimos eso, que ni si quiera nos lo merecíamos, que nunca lo ganamos. Y con o sin azúcar en el café seguíamos buscándonos y perdiéndonos todas las noches, así, sin explicación, sin razón aparente, de forma inconsciente.

martes, 29 de enero de 2013

dile que echo de menos nuestras pequeñas charlas.


Y se adueño del rincón derecho de la habitación, sin ningún consentimiento, sin anteriormente firmar papel alguno; pagaba su alquiler con mi dolor, con todas mis lágrimas, con mis noches en vela, mis gritos apasionados y mis lunes por la mañana. A veces, pero solo cuando yo me despistaba, saltaba a mi garganta y yo empezaba a gritar como una loca, sin nada que me pudiera parar y sin razón por la que seguir. 
Y cuando se aferraba a mis piernas sentía que no podía, que ahí mismo tendría que parar porque si no, el mundo se abalanzaría sobre mí y ante eso, si que no puedo luchar.
Una tarde se fue, le deje ahí tirado en la carretera, sin dinero, sin comida y sin nada. 
Pero luego me faltaba el aire, sentía que no podía seguir sin su respiración, que aunque doliera, me ayudaba en cada latido de este irremediable corazón. Indiscutible era lo mucho que dañaba mis entrañas y lo poco que sentía, lo mucho que me atolondraba y lo poco que me quería. 
Y aun sabiendo esto, le deje viviendo en la esquina derecha de la habitación,como un ratoncillo iperactivo que salía y entraba de su escondite sin reparo. Y seguía sin mi permiso, con mi dolor, sin mi cordura, con mi angustia. Y siempre, eso era lo más increíble de todo, y bajo mi punto de vista, lo más frío del planeta, sin remordimientos.

domingo, 20 de enero de 2013

Si te pregunto algo sobre arte me responderás con datos sobre todos los libros que se han escrito, Miguel Ángel, lo sabes todo, vida y obra, aspiraciones políticas, su amistad con el Papa, su orientación sexual, lo que haga falta... Pero tu no puedes decirme como huele la Capilla Sixtina, nunca has estado allí y has contemplado ese hermoso techo. No lo has visto...
Si te pregunto por las mujeres supongo que me darás una lista de tus favoritas, puede que hayas echado unos cuantos polvos, pero no puedes decirme que se siente cuando te despiertas junto a una mujer y te invade la felicidad...
Eres duro. Si te pregunto por la guerra probablemente citarás algo de Shakespeare: "De nuevo en la brecha amigos míos" Pero no has estado en ninguna, nunca has sostenido a tu mejor amigo entre tus brazos esperando tu ayuda mientras exhala su último suspiro.
Si te pregunto por el amor, me citarás un soneto, pero nunca has mirado a una mujer y te has sentido vulnerable, ni te has visto reflejado en sus ojos. No has pensado que Dios a puesto un ángel en la tierra para ti, para que te rescate de los pozos del infierno, ni qué se siente al ser su ángel y darle tu amor y darlo para siempre y pasar por todo, por el cáncer. No sabes lo que es dormir en un hospital durante 2 meses cogiendo su mano porque los médicos vieron en tus ojos el que término horario de visitas no iba contigo. No sabes lo que se significa perder a alguien, porque sólo lo sabrás cuando ames a alguien más que a ti mismo. Dudo que te hayas atrevido a amar de ese modo.
Te miro y no veo a un hombre inteligente y confiado. Veo a un chaval creído y cagado de miedo. Eres un genio, Will, eso nadie lo niega. Nadie puede comprender lo que pasa en tu interior. En cambio presumes de saberlo todo de mí porque viste un cuadro y rajaste mi puta vida de arriba a abajo. Eres huérfano, ¿verdad? ¿Crees que sé lo dura y penosa que ha sido tu vida, cómo te sientes, quién eres por haber leído Oliver Twist?, ¿un libro basta para definirte? Personalmente eso me importa una mierda porque ¿sabes qué? No puedo aprender nada de ti ni leer nada de ti en un maldito libro.
Pero si quieres hablar de ti, de quién eres... Estaré fascinado, a eso me apunto, pero no quieres hacerlo, tienes miedo, te aterroriza decir lo que sientes... Tu mueves chaval.


jueves, 17 de enero de 2013

entre violín y violín se quería perder.


Has perdido los papeles de esta obra, y además, de verdad. Solo quiero que improvises, que vengas, vayas, me marees, me quieras, me odies y que dejes que el tiempo pase, que los latidos sigan  que sigas dejándote llevar entre las tan penetrantes miradas. 
Y se, que estas perdido en este teatro, que así, sin venir a cuento, todos nos hemos convertido en actores mal pagados. Olvídate de ese frustrado mundo y público que te observa, que te miente, que opta porque no hagas las cosas bien y vota por tus fallos. 
Y es que, eres el mejor actor de todo esto, eres el único que pierde tanto la cabeza que resulta hasta frustrante y que, muy a mi pesar, eres solo un humano, pero ojala algún día llegues a ser más que eso, más que dos brazos y dos piernas, y seas digno de admirar, que seas una estrella en el más allá y puedas conquistar hasta un metro más en el espacio exterior  Que yo estoy igual, tan empotrado en esta baldosa y más bailarín que la música misma. 
Y ahora es cuando tu voz y mi voz se fusionan, y se convierten una oscura golondrina de Bécquer, que volverán en tu balcón sus nidos a colgar. O en los versos más tristes de Pablo Neruda. 
Y todo se vuelve borroso por una niebla, por un montón de humo de nuestro alrededor. Solo seguimos en el teatro, con miles de ojos observándonos y perdiéndose entre nosotros. Con un guión tan disparatado que nadie se atrevería a leerlo nunca. Y es que, seguimos ensayando la obra de nuestra vida.

martes, 15 de enero de 2013

a soldado por batalla.


Solo era un alma, un alma que no se miraba el espejo por miedo a no encontrarse, que la trajeron para amenizar nuestros malos tragos y al final, se perdió entre todos los sollozos. Y déjame que te diga que yo la admiraba como observaba la rutina, como se fijaba en ese hombre que sereno pasea a su tan intranquilo perro, como esas dos niñas siguen su camino hacia el instituto y como, de repente, y sin avisar, la rutina podía con ella.
Y que triste resultaba todo sin quererlo, sin buscarlo y sin merecerlo. Se aferraba a la única probabilidad de dibujar sonrisas, a eso se abrazada durante todo el día. Se unía tanto a ese motivo que esto la creaba arranques de felicidad por las aceras, la hacia mover los pies con el compás y los brazos al ritmo de la banda sonora de Amelie.
Callaba porque no buscaba angustiar a nadie y hablaba porque tampoco buscaba parecer solo suya. Quería ser algo mas que un misero alma, un alma sombrío y tan tenue. Buscaba parecerse al regalo de Navidad de cualquier niño en África, buscaba ser más placentera que la música, un buen beso y las estrellas, y mas irritante que los chillidos de un niño pequeño y las quejas de todos frente al mundo.
Nació de una fortuita e inesperada colisión de meteoritos, de hay lo grande de sus actos y lo bello de sus palabras, de ahí que sea ese el alma que las noches las pasa en vela para velar por nuestra paz, por nuestra guerra. Y se la iban las notas del piano, el do y el re bailaban con ella en la habitación, mientras que por su parte el fa y el la siempre fueron como ella, almas perdidas. 
Así que, aunque se perdía, daba igual, era un alma fuerte y de tanto palos decidió independizarse. Y ahora vive en esa pequeña casita, en ese gran bosque, al lado de ese largo río y en ese corto camino. Por lo menos ya desprende más alegría y menos tristeza, por lo menos no quiere desaparecer, y por lo menos, y aunque cueste creer, era sensacional.

martes, 8 de enero de 2013

frecuentemente me imaginaba sus ojos sin brillos y entonces, me ahogaba.


Quiero creer que era de esas, de esas que va siempre por el lateral izquierdo de la calle para no llamar la atención, de esas, y de las pocas, que seguía creyendo en que lo importante era lo de dentro, que no tenía que cambiar para gustarle a alguien. Se ahogaba en el silencio, yo la escuchaba y la sentía a la vez. Era tan peculiar... La gustaban los dibujos animados porque la recordaban a la infancia ya perdida, era tan enrevesada que me resultaba hasta atractivo. Esa mente tan compleja era mi maldita debilidad, esas lentes torcidas y caídas en su nariz solo hacían de mí un remolino de emoción. Se la atragantaban los momentos en sus adentros y nunca dejaba que nadie lo supiera. Pero al cabo del tiempo, aprendí a leer su dolor en sus ojos, aprendí que nunca lloraba pero lo hacía, simplemente la gustaba mantenerse fuerte. Y me parecía complicada hasta el punto de que la llegue a odiar, pero aun siéndolo me conquistaban sus maneras, sus sonrisas tan vacías y sus penas, porque ella me hizo un hombre, un hombre mas grande y tan pequeño, con mas amor que dar y menos cariño que recibir. Porque yo notaba que era de las que necesitaba tiempo para si misma, tiempo para separarse de todo lo que tanto dolor la causaba, tiempo para que pase, para ordenarse, para que los días se hicieran más cortos. Pero nunca se lo dio, por miedo a parecer egoísta o por miedo a hacer daño a las personas que mas quería. Y ¿sabes? Lo peor de todo es que la entendía pero ella nunca lo supo, nunca me valoro lo suficiente y yo me moría sin haberla nombrado si quiera eso de que la quería. De vez en cuando me perdía en sus pensamientos y no me encontraba hasta pasada una semana. De vez en cuando me miraba, me moría entonces por gritarla que seguía estando aquí, para observar sus manos bebiendo café por las mañanas y su pelo alborotado al amanecer. Que aunque fuera modesta se creía la mejor, y a mi me hacia sentir igual, igual de tranquilo que antes. Que me daba igual que se mordiera las uñas, que se equivocará, que gritará y que perdiera la ternura, todo lo ganaba haciéndome sentir algo más privilegiado por tenerla. Porque no, no estoy preparado para seguir esperando, pero aquí sigo, sentado en mi columpio viendo la vida pasar.

jueves, 3 de enero de 2013

digo que sigo creyendo en las sonrisas verdaderas y los amores imposibles.


Ya estoy harta de los entretenimientos, quiero que le recuerdes que sigo estando aquí, que sigo acordándome de todas nuestras horas perdidas en el silencio, de todos nuestros tequilas entrecortados por nuestros besos y todos nuestros gemidos compartidos con la música. Recuérdaselo. Recuérdaselo y dile que a veces le veía desde la ventana y sigo opinando, eso que opino desde la primera vez que vi su pelo dorado, que era hermoso. Que se de cuenta que siempre estuve con su persona para hacerle recordar que la hipocresía sigue en el mundo pero no en nosotros, para descubrir sentimientos indescriptibles y miradas perdidas. Y a veces, pierdes la cabeza, pierdes el ritmo del Sol, y a veces, encuentras tu otro yo, tu media naranja o tu limón. Y es que cuando llega en el corazón te hace sentir un remolino de latidos y sudor, y una multitud de palabras sin sentido ni temor. Vendería mi mano si pudiera con tal de hacer ver que sigo siendo la perdedora en las batallas y la ganadora en la tristeza, la conservadora de corazones rotos y la columna que soporta cuando los demás no quieren seguir. Porque vendería mi alma al diablo con tal de ser un arranque continuo de felicidad, una serenidad constante, un espíritu tenaz. Que si me pierdo no me encuentro, pero total, ya da igual, tampoco es que tengas ganas de buscar.