domingo, 16 de junio de 2013

duele crecer.


 Pasaba que si algo merecía de verdad la pena nunca marcaba el corazón. Pasaba que tenían la visión de la vida como un sitio donde son cobardes los que perdonan y valientes los que hieren y no viceversa. Confiaban en que sus corazones tenían un mecanismo parecido a un avión que hacía volar los sentimientos a su antojo y despegar cuando no existían las ganas de sufrir. Pero no era tan sencillo, los portazos creaban cicatrices, los roces cariño, el tiempo no ayudaba y se acobardaba. No había si quiera la existencia de un papel que confirmara aquello que tan dentro llevaba, que se limitaba a sonreír y a avanzar. Y dolía crecer, porque implicaba madurar a base de piedras en el camino y creció. Se miraba pues cada mañana en ese cuadrado que tenía por espejo y ni mucho menos era para mirarse las ojeras o los pelos matutinos era porque tenía la esperanza de levantarse un día y verse allí reflejado, ver toda su historia en un cuadrado de cristal y creer que así podría seguir. Se miraba pues cada mañana confiado en que se encontraría con la persona que quería ser, la persona que se levantaría con una sonrisa sin necesidad de forzar, mirándose creía que crecía y creció, ¡y de que forma¡ Y aunque creciera seguía mirando porque para él nunca fue suficiente, seguía sin reconocerse ante el espejo. Se convirtió en un hombre. En un hombre capaz de cuidar del mundo y mantenerlo en sus manos sin probabilidad de quebrantarlo, en alguien tan sólido y fuerte que no le intimidaban los sentimientos, que siempre supo sobreponerse aun con todo, en alguien de verdad. Así que un día se miró, se encontró y creció.

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