miércoles, 20 de marzo de 2013

aprendiendo a complicarnos, a maltratarnos.


Temía que volviera, y además, de esta forma, que volviera y me destruyera una vez más, sin quererlo, prácticamente sin merecerlo. Y volvió, y seguía temiendo al simple hecho de que se enclaustrara en su burbuja, en su pompa, en su autismo. En que las noches volvieran a parecer lluviosas, las lágrimas largas, las sonrisas cortas, los andares fallidos, en que la esperanza seguía aquí tan dentro, tan metida, tan en mi ser. Porque, curiosamente, yo seguía teniendo miedo, ese miedo tan cobarde, de mis sábanas, que me metía en ellas y no era capaz de salir, de mirar al Sol y sonreír. Volvió a su ser, a su figura, a su mundo. Y no, no era capaz de entrometerme en su vida y dejarlo todo patas arriba, como un huracán, como un terremoto, porque yo, ni era un huracán ni un simple terremoto, era ese arco iris después de la tormenta. Pero tenía el don de llegar a mi alma y dejarlo todo tirado, los sentimientos encima de la silla, los tropiezos en el zapatero y la ilusión, la ternura, la cordura todo hecho una marabunta y al armario sin pensarlo. Y claro que yo no tenía la iniciativa suficiente para ordenarme, para meterme en la burbuja y explotarla con la chincheta que sujetaba nuestra foto en el corcho, explotarla con el recuerdo, con la duda. Más de tocar el piano, de sentir, de seguir. Más de querer, de odiar. Por lo menos la guitarra siempre nos apoyo, siempre supo como hacernos sentir bien, como sacarnos de la pompa y como avanzar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario