martes, 26 de marzo de 2013

todo pasa y todo queda.


Con ser la lluvia que caía sobre los árboles del bosque, que se deslizaba sobre las hojas, las flores y la luz me bastaba.
 A lo mejor era yo, que me era demasiado conformista con mi ser, también con el ser de los demás. Que solo me fijaba en sus palabras pero eso no era cierto, era algo más que eso, eran las palabras que yo lograba rebobinar y acordarme tal y como habían sido dichas, que sonaban a una brisa y a una tormenta, pero que en tantos casos repetitivos eran la razón por la que seguir hacia la muerte, hacia la vida. 
Y claro que yo solo miraba sus ojos porque eran los que de verdad me miraban con toda la ternura posible, los que, aun que cueste creer, me transportaban a un cielo, a el cielo, ese de ahí arriba y del que tanto hablan los de aquí abajo. 
Podía, entonces, centrarme en sus manos porque así por lo menos las mías no se perdían escribiendo y mi cabeza no se encontraba perdida, pero eso no quiere decir que no fuera fácil, que nunca fue fácil dejar de mirar sus manos porque no, porque no hay razón, asi que no me la pidan. 
Pero observar pues sus pies por el camino si que fue algo que no era capaz de aguantar, que hacía que seguir se complicara. Porque sus pies eran de los que aun se tropezaban, que no querían seguir y se planteaban constantemente el porqué de sostener su cuerpo mediante sus piernas haciendo que todo se volviera más turbio y el camino más pesado.
 Entonces me ofrezco a ser yo quien sujete tus caderas por el mundo, por el camino, ser quien esta y quien no. Me basta con ser tu compañero.

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