Que yo por aquel entonces era más de perderme, de mirarte y
seguidamente perderme, de gritar y perderte, y soplar y perdernos. Y tu, por el
contrario, eras más de buscar, de perderte y buscar, olvidarte de mis ojos y
buscarte, de recordarte a ti mismo hace unos años y buscar tu alma bondadosa. Y
los demás solo estaban, estaban de relleno en nuestra historia, como actores
secundarios sin un papel claramente recortado, sin una función clara por la que
estar, sin saber que hacer y atolondrándose entre perder y buscar.
Y me
acordaba tanto de los pájaros de nuestro viejo roble, de nuestras muecas ya
perdidas y nuestra casa hipotecada.
Por supuesto que me ahogaba cuando pensaba
en que ese sofá no volvería a sentir mi espalda, ni nuestras piernas fundidas,
ni nuestras disputas por el café "Siempre te olvidas de echarle
azúcar" te decía. ¿Y que? Que daba igual, que el azúcar no era importante,
lo esencial era el café, era la vida de nuestros desayunos, de lo tuyo, de lo
mío, al fin y al cabo. Y la televisión nos seguía mirando tan inanimada, como
si fuéramos la noticia principal de la cabecera del telediario. Junto con los
cuadros el salón parecía ganar un poco de gracia, un poco de soltura.
Supongamos entonces que nunca perdimos eso, que ni si quiera nos lo merecíamos,
que nunca lo ganamos. Y con o sin azúcar en el café seguíamos buscándonos y
perdiéndonos todas las noches, así, sin explicación, sin razón aparente, de
forma inconsciente.
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