martes, 15 de enero de 2013

a soldado por batalla.


Solo era un alma, un alma que no se miraba el espejo por miedo a no encontrarse, que la trajeron para amenizar nuestros malos tragos y al final, se perdió entre todos los sollozos. Y déjame que te diga que yo la admiraba como observaba la rutina, como se fijaba en ese hombre que sereno pasea a su tan intranquilo perro, como esas dos niñas siguen su camino hacia el instituto y como, de repente, y sin avisar, la rutina podía con ella.
Y que triste resultaba todo sin quererlo, sin buscarlo y sin merecerlo. Se aferraba a la única probabilidad de dibujar sonrisas, a eso se abrazada durante todo el día. Se unía tanto a ese motivo que esto la creaba arranques de felicidad por las aceras, la hacia mover los pies con el compás y los brazos al ritmo de la banda sonora de Amelie.
Callaba porque no buscaba angustiar a nadie y hablaba porque tampoco buscaba parecer solo suya. Quería ser algo mas que un misero alma, un alma sombrío y tan tenue. Buscaba parecerse al regalo de Navidad de cualquier niño en África, buscaba ser más placentera que la música, un buen beso y las estrellas, y mas irritante que los chillidos de un niño pequeño y las quejas de todos frente al mundo.
Nació de una fortuita e inesperada colisión de meteoritos, de hay lo grande de sus actos y lo bello de sus palabras, de ahí que sea ese el alma que las noches las pasa en vela para velar por nuestra paz, por nuestra guerra. Y se la iban las notas del piano, el do y el re bailaban con ella en la habitación, mientras que por su parte el fa y el la siempre fueron como ella, almas perdidas. 
Así que, aunque se perdía, daba igual, era un alma fuerte y de tanto palos decidió independizarse. Y ahora vive en esa pequeña casita, en ese gran bosque, al lado de ese largo río y en ese corto camino. Por lo menos ya desprende más alegría y menos tristeza, por lo menos no quiere desaparecer, y por lo menos, y aunque cueste creer, era sensacional.

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