martes, 8 de enero de 2013

frecuentemente me imaginaba sus ojos sin brillos y entonces, me ahogaba.


Quiero creer que era de esas, de esas que va siempre por el lateral izquierdo de la calle para no llamar la atención, de esas, y de las pocas, que seguía creyendo en que lo importante era lo de dentro, que no tenía que cambiar para gustarle a alguien. Se ahogaba en el silencio, yo la escuchaba y la sentía a la vez. Era tan peculiar... La gustaban los dibujos animados porque la recordaban a la infancia ya perdida, era tan enrevesada que me resultaba hasta atractivo. Esa mente tan compleja era mi maldita debilidad, esas lentes torcidas y caídas en su nariz solo hacían de mí un remolino de emoción. Se la atragantaban los momentos en sus adentros y nunca dejaba que nadie lo supiera. Pero al cabo del tiempo, aprendí a leer su dolor en sus ojos, aprendí que nunca lloraba pero lo hacía, simplemente la gustaba mantenerse fuerte. Y me parecía complicada hasta el punto de que la llegue a odiar, pero aun siéndolo me conquistaban sus maneras, sus sonrisas tan vacías y sus penas, porque ella me hizo un hombre, un hombre mas grande y tan pequeño, con mas amor que dar y menos cariño que recibir. Porque yo notaba que era de las que necesitaba tiempo para si misma, tiempo para separarse de todo lo que tanto dolor la causaba, tiempo para que pase, para ordenarse, para que los días se hicieran más cortos. Pero nunca se lo dio, por miedo a parecer egoísta o por miedo a hacer daño a las personas que mas quería. Y ¿sabes? Lo peor de todo es que la entendía pero ella nunca lo supo, nunca me valoro lo suficiente y yo me moría sin haberla nombrado si quiera eso de que la quería. De vez en cuando me perdía en sus pensamientos y no me encontraba hasta pasada una semana. De vez en cuando me miraba, me moría entonces por gritarla que seguía estando aquí, para observar sus manos bebiendo café por las mañanas y su pelo alborotado al amanecer. Que aunque fuera modesta se creía la mejor, y a mi me hacia sentir igual, igual de tranquilo que antes. Que me daba igual que se mordiera las uñas, que se equivocará, que gritará y que perdiera la ternura, todo lo ganaba haciéndome sentir algo más privilegiado por tenerla. Porque no, no estoy preparado para seguir esperando, pero aquí sigo, sentado en mi columpio viendo la vida pasar.

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