martes, 29 de enero de 2013

dile que echo de menos nuestras pequeñas charlas.


Y se adueño del rincón derecho de la habitación, sin ningún consentimiento, sin anteriormente firmar papel alguno; pagaba su alquiler con mi dolor, con todas mis lágrimas, con mis noches en vela, mis gritos apasionados y mis lunes por la mañana. A veces, pero solo cuando yo me despistaba, saltaba a mi garganta y yo empezaba a gritar como una loca, sin nada que me pudiera parar y sin razón por la que seguir. 
Y cuando se aferraba a mis piernas sentía que no podía, que ahí mismo tendría que parar porque si no, el mundo se abalanzaría sobre mí y ante eso, si que no puedo luchar.
Una tarde se fue, le deje ahí tirado en la carretera, sin dinero, sin comida y sin nada. 
Pero luego me faltaba el aire, sentía que no podía seguir sin su respiración, que aunque doliera, me ayudaba en cada latido de este irremediable corazón. Indiscutible era lo mucho que dañaba mis entrañas y lo poco que sentía, lo mucho que me atolondraba y lo poco que me quería. 
Y aun sabiendo esto, le deje viviendo en la esquina derecha de la habitación,como un ratoncillo iperactivo que salía y entraba de su escondite sin reparo. Y seguía sin mi permiso, con mi dolor, sin mi cordura, con mi angustia. Y siempre, eso era lo más increíble de todo, y bajo mi punto de vista, lo más frío del planeta, sin remordimientos.

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